Por Antonio Salas Ximelis
Y sigo preguntándome, ¿a quién beneficia? ¿A qué se debe esta obcecación? ¿Qué daño le hace al alumno, que voluntariamente la desea cursar en su currículo? ¿Alguien, en su sano juicio, piensa que si se perjudicara el desarrollo y la formación de un alumno o de una alumna, los miles y miles de docentes que nos dedicamos en cuerpo y alma a esta tarea tendríamos tan poca vergüenza de seguir siendo profesores de tal materia? Pues no, porque sencillamente lo que le aporta a ese niño o joven la clase de Religión es tan importante que nos impulsa a no escatimar ningún esfuerzo ni ninguna ilusión en nuestra tarea. Me duele sobremanera la mezquindad y la pobreza de espíritu de tantos responsables de la educación de nuestro país, de nuestras comunidades autónomas que han hecho del acoso a la enseñanza de la Religión su bandera de progresistas.
Parece evidente que en España solo es progresista quien está a favor no de la vida, sino de la muerte; quien se muestra partidario de olvidar nuestra identidad, de renunciar a un pasado que ha forjado nuestro presente, y que tiene en la religión una de las raíces sustentadoras. ¡Pobre gente! Creen que se es “progre” llamando a la Navidad “fiestas del inicio del invierno” y que con ello lograrán hacer desaparecer la Navidad de nuestras mentes, de nuestros corazones. Que quitando los crucifijos o cualquier vestigio religioso de
nuestras escuelas, Dios desaparecerá de nuestras vidas. A estas personas les digo que actúan así porque les importa bien poco que las futuras generaciones sean personas con identidad, personas con criterios, personas con un sentido para sus vidas.
Dice el refrán castellano que “no hay más ciego que el que no quiere ver”, lo que no nos impide decir en voz alta, a pesar de la ceguera de tanto “progre desnortado”, que nuestros alumnos aprenden en clase lecciones prácticas tan importantes como que la Religión potencia al máximo la dignidad de las personas, les invita a ser libres, justos, solidarios, sensibles, cariñosos, amables. Y todo ello desde el reconocimiento gratuito de la presencia de un Dios que, lejos de anularnos, sostiene nuestro esfuerzo para encontrar el sentido de nuestra vida, pues nos crea para ser felices.
Lo que aprenden nuestros niños en clase de Religión no lo aprenden en otras materias. Por ello, convencidos de que merece la pena nuestro quehacer —porque con este contribuimos a forjar una humanidad nueva— no podemos desfallecer ante los que están continuamente arremetiendo contra la asignatura de Religión y poniendo en duda nuestro trabajo. En este año paulino conviene recordar las palabras del gran Apóstol y misionero: “quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; nos castigan, pero no nos alcanza la muerte; nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo” (2 Cor 6, 9-10). Que la palabra de Dios que escucharemos durante el Adviento y la Navidad nos ilumine y sepamos llevarla a nuestros alumnos. Ellos esperan que no desfallezcamos.
Director de la Revista Aldebarán
No hay comentarios:
Publicar un comentario