07.11.08 - EL CORREO
JUAN JOSÉ TAMAYO
| DTOR. DE LA CÁTEDRA DE TEOLOGÍA Y CC. DE LAS RELIGIONES
UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
Tras la Nota de censura de la Comisión para la Doctrina de la Fe contra el libro de Pagola 'Jesús. Aproximación histórica', el obispo de San Sebastián, monseñor Uriarte, dio el 'imprimatur' a la nueva edición revisada por el autor, pero después ha pedido que se paralice su difusión. Me gustaría hacer una reflexión de fondo a partir de la situación creada en torno al polémico libro.
La crisis de las religiones acompaña a la historia de la modernidad europea. Durante siglos se ha generalizado la idea de que el avance de las Luces hacía retroceder las tinieblas de las religiones. Aun siendo un juicio que debe ser matizado, hay que reconocer que han sido las propias religiones las que se han ganado a pulso el descrédito de que vienen siendo objeto y que tienen una responsabilidad no pequeña en la crisis. Me viene a la memoria un chiste de El Roto bien expresivo en el que aparecía el Dios de la barba blanca en actitud meditativa diciendo: «He decidido darme de baja de todas las religiones». Hoy, sin embargo, asistimos a cierto despertar de las religiones, que no se caracteriza precisamente por la recuperación de su espíritu originario liberador, sino, en muchos casos, por manifestaciones fundamentalistas.
También la crisis de Dios se ha dejado sentir con especial intensidad durante la modernidad, hasta desembocar en las distintas formas de increencia: ateísmo filosófico, científico, cultural, agnosticismo, indiferencia religiosa, etcétera. La crisis de las iglesias cristianas, que empezó a gestarse a partir del Renacimiento, se está agudizando, al menos en Europa, y amenaza con convertir la pertenencia eclesial en fenómeno residual, al menos en lo que a práctica religiosa se refiere.
La figura de Jesús de Nazaret, sin embargo, parece salir indemne de todas las crisis. Los críticos de Dios y de la Iglesia siguen reconociéndole autoridad moral en una época de ausencia de referentes éticos. Dos mil años después de su nacimiento, personas de las más variadas procedencias culturales, sociales y religiosas siguen preguntándose por su identidad: ¿Quién es Jesús de Nazaret, el judío que vivió durante el primer tercio del siglo I de la Era Común y dio un giro de 180 grados a la historia humana, y a quien siguen más de 2.000 millones de creyentes? ¿Por qué sigue atrayendo su vida e interesando su mensaje a tanta gente, más allá de creencias y cosmovisiones?
La crisis de Dios, de las religiones y de las iglesias no ha logrado acallar el interés de los investigadores por la figura de Jesús, el fundador del cristianismo, nacido en Nazaret, una pequeña y desconocida aldea de las montañas de la Baja Galilea, a quien Albert Schweitzer, uno de los grandes exegetas del siglo XX, presenta como profeta que anuncia la llegada inminente del reino de Dios como proyecto de transformación de la Humanidad; John Dominic Crossan, destacado especialista en el estudio del Jesús histórico, define como «un campesino judío» y John P. Meier, uno de los más relevantes investigadores bíblicos actuales, le llama «un judío marginal». Y un dato más llamativo: el consenso en torno a su persona. De Jesús todo el mundo habla bien: cristianos de las distintas iglesias, creyentes de las más variadas religiones, no creyentes de diferentes ideologías, hasta los más encarnizados enemigos del cristianismo. Federico Nietzsche, crítico acérrimo de la fe cristiana y de sus seguidores, sentía una especial predilección por Jesús, a quien llamaba «buen mensajero», mientras que calificaba a Pablo de Tarso de «disangelista».
Al coro de los que estudian la persona de Jesús con seriedad y hablan de él con respeto se ha sumado José Antonio Pagola, vicario general de San Sebastián durante cuatro lustros, especialista en Ciencias Bíblicas por el Instituto Bíblico de Roma y la Escuela de Jerusalén y profesor de Sagrada Escritura durante cuatro décadas, en un voluminoso y muy documentado libro, 'Jesús de Nazaret. Aproximación histórica'. La obra ha escandalizado a algunos teólogos católicos españoles y ha sido condenada por la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe, colocándola del lado de la herejía arriana. ¿Tan distorsionada es la imagen de Jesús que ofrece Pagola para recibir un calificativo así de severo?
La primera respuesta a la condena episcopal es que los guardianes de la ortodoxia han confundido de género la obra de Pagola, pues no se trata de una obra teológica, sino de una investigación histórica sobre Jesús de Nazaret. Y este tipo de estudios no exige sumisión al dogma, ni siquiera fe, sino competencia, rigor y objetividad en los análisis, características que, creo, posee el libro de Pagola, amén de estar escrito desde el seguimiento de Jesús, según propia confesión en las primeras páginas. No puede decirse lo mismo de los obispos firmantes de la Nota condenatoria, al menos a tenor de su contenido, que está en las antípodas de los resultados de las investigaciones más recientes sobre la figura de Jesús de Nazaret, el judaísmo de su tiempo y el cristianismo primitivo. Su juicio está instalado en el dogma, más aún, en las formulaciones dogmáticas literales del pasado sin mediación hermenéutica alguna, lo que les lleva a incurrir en tradicionalismo. No se olvide que el Evangelio es anterior al dogma y que éste debe interpretarse a la luz de aquél, no viceversa, como hacen los jerarcas católicos españoles. En la Nota, los obispos hacen una lectura literalista de los propios evangelios, que puede desembocar fácilmente en fundamentalismo bíblico. Demuestran, además un total desconocimiento de los avances más importantes de las investigaciones en torno al Jesús histórico. En consecuencia, su toma de postura responde a un juicio de valor previo y no a un estudio riguroso del libro conforme a los métodos histórico-críticos, aceptados por el propio Magisterio eclesiástico desde hace varias décadas.
Un investigador nada sospechoso de heterodoxo y respetado por todos los estudiosos del Nuevo Testamento como el ya citado exegeta católico norteamericano John Meier, autor de la voluminosa obra 'Un judío marginal. Nueva investigación sobre el Jesús histórico', uno de los estudios más reputados sobre el tema, explica con claridad la actitud que adopta en su investigación: la aproximación objetiva a la figura de Jesús, sin implicar en ella su fe: «Haré todo lo posible por poner entre paréntesis cuanto sostenga por fe y por examinar solamente lo que se puede demostrar como cierto o probable por la investigación histórica y la argumentación lógica». Dirigiéndose a los estudiosos no católicos les pide que «le señalen los puntos en los que deje de observar sus propias reglas introduciendo teología católica en la investigación» (Verbo Divino, Estella, 1998, p. 34). Es todo un ejemplo de rigor en los estudios exegéticos, que no se pueden ver condicionados por la fe, y menos domesticados por el dogma. Benedicto XVI cita la obra de Meier en la bibliografía de su libro 'Jesús de Nazaret'. Lo mismo piensa John Dominic Crossan, quien, al comienzo de 'Jesús. Vida de un campesino judío', defiende la necesidad de distinguir entre teología e investigación histórica, ya que muchas veces se ofrecen como datos históricos lo que no son más que elucubraciones teológicas.
Me resulta difícil entender por qué el libro de Pagola y otros similares pueden sacar de sus casillas a los guardianes de la ortodoxia, cuando lo único que hace es poner al servicio de los lectores -¡cerca de cincuenta mil!- en lenguaje asequible los resultados más fiables y debidamente contrastados de las investigaciones científicas en torno al Jesús histórico. ¿Tendrán miedo los obispos a Jesús de Nazaret? Y monseñor Uriarte, ¿a qué o a quién tiene miedo? ¿Acaso a la Congregación romana para la Doctrina de la Fe?
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