Mayer, que se enfrentó en tiempos de la dictadura a la esposa de Augusto Pinochet cuando intentó “comprarla” ofreciéndole un puesto en un ministerio, se opone ahora a esta “Iglesia conservadora, que trata en el continente iberoamericano de acercarse de nuevo al poder y olvidarse de los pobres”. El combate de esta mujer acaba de ser recogido en un libro autobiográfico titulado El secreto siempre es el amor, editado por Plataforma y presentado la semana pasada en España.
Karoline Mayer (Eichstätt, Baviera, 1943) trabaja desde 1968 en los barrios humildes de Santiago de Chile, donde ha venido tejiendo durante todos estos años una importante red de asistencia social, que oficialmente se conoce como Fundación Cristo Vive e incluye desde guarderías y programas de capacitación laboral a servicios de salud, que atienden en la capital a más de 20.000 personas. Esta tarea le ha valido el reconocimiento internacional y que le hayan sido otorgados numerosos premios, incluida la nacionalidad chilena en el año 2001, por decisión de la presidencia.
Perseguida por el Gobierno de Pinochet
“Empecé a caer en desgracia y a ser perseguida por el Gobierno de Pinochet, después de que rechazara una oferta que me hizo personalmente su esposa, Lucia Hiriart, en una visita que la dama efectuó a nuestro barrio, para que fuera a trabajar para el Gobierno en un ministerio. Yo no le dije que no, sino que, simplemente, quería como contrapartida que cesara la represión contra los obreros y los pobres. Su respuesta fue enviarme al jefe de los servicios secretos de la DINA, que acabó tiempo más tarde deteniéndome”, asegura.
Karoline Mayer también tuvo que enfrentarse a las autoridades eclesiásticas, para empezar a su congregación religiosa, de la que acabó saliendo, pero también a los sectores conservadores de la Iglesia, que en 1988 organizaron la visita del entonces cardenal Joseph Ratzinger a Chile, en una maniobra electoral que trataba de asegurar el voto de los católicos en el referéndum sobre la continuación de Pinochet en el poder.
“El cardenal Ratzinger quiso también venir a conocer y hablar con nuestra comunidad, pero cuando esperábamos escuchar de él un discurso cristiano, enraizado en los evangelios, se descolgó recordando que aquel día era la festividad del santo emperador Heinrich II y de su esposa Kunigunde”, recuerda la hermana. Para ella fue un discurso especial, marcaba un punto de no retorno, una nueva vuelta de manivela atrás en la doctrina del Concilio Vaticano II. Pero no quiere continuar hablando de esa Iglesia, porque no desea desperdiciar fuerzas en discusiones y debates inútiles y prefiere continuar haciendo lo que siempre ha hecho: trabajar para los pobres.
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